sábado, 25 de octubre de 2014

16. Breve Historia Política De España (2)

Breve Historia política de España desde 1812-1931 (2). LA RESTAURACIÓN: EL PARLAMENTARISMO DE SALÓN O PSEUDO DEMOCRÁTICO (1875 – 1923)

EL REINADO DE ALFONSO XII, 1875-1885
En la Navidad de 1874 se dio el golpe militar de Sagunto por los generales Jovellar y Martínez Campos. Acababan así seis años y poco más de tres meses marcados por rebeliones cantonales, una guerra colonial en Cuba, una nueva guerra civil carlista (tercera), una crisis económica, una monarquía democrática, una República federal y una dictadura personal en persona de Serrano. En ese Sexenio “Revolucionario” o “Democrático” las urnas no estuvieron guardadas en el almacén sino que hubo como se ha indicado diversas elecciones.
El invierno de 1875 entraba un joven Alfonso XII en Madrid. Un presidente del gobierno, el abogado malagueño, viejo moderado isabelino y catalizador del sector monárquico borbónico, Antonio Cánovas del Castillo, iba a configurar un nuevo régimen político basado en el liberalismo. Ahora se abre ese segundo período de pseudo liberalismo español, aunque se exaltase la vida parlamentaria, partidista, y aunque el viejo edificio de la madrileña Carrera de San Jerónimo, el Congreso de los Diputados, tuviese su mayor período interrumpido de vida liberal-parlamentaria.
En 1875 no podía volverse a repetir sin más la vieja monarquía isabelina. Cánovas iba a cambiar el sistema de 1845 por otro de fachada liberal abierto a la democracia. Ya el pronunciamiento saguntino le contrarió. Buscaba restaurar el trono borbónico con legitimidad fingida, sin golpe. El movimiento de Martínez Campos siempre pesó como pecado original de aquella monarquía restaurada hasta 1931, a la que se llamó de “Sagunto”, como sorna de su nacimiento golpista. En el Sexenio obligó a Isabel II a abdicar en su joven hijo, pues la vida disoluta de la reina era un obstáculo para esa restauración que tanto ansiaba ese grupo oligárquico de poder.
Cánovas se inventó el liberalismo: inició un proceso constituyente nuevo con sus elecciones a Cortes mediante el sufragio universal falseado para dar aparente legitimidad. Esas elecciones llevaron a la Constitución de 1876, aprobada en junio de ese año. Será la Constitución de mayor vigor en nuestra vida constitucional: 46 años.
Se estableció el turnismo o bipartidismo como elementos fundamental del sistema de la Restauración borbónica en España. Consistió en la alternancia en el gobierno de los dos partidos dinásticos (Partido Conservador y Partido Liberal, de los antiguos liberales progresistas). La formación de gobierno por parte de cada uno de ellos no dependía del triunfo en las elecciones, sino de la decisión del rey en función de una crisis política ficticia o del desgaste en el poder del partido gobernante
Este sistema elaborado por Cánovas gracias al pacto con los viejos progresistas de Prim, ahora liderados por Sagasta. Ambos partidos se turnarían pacíficamente, electoralmente, sin tener que recurrir a los pronunciamientos del anterior reinado. Los militares pasaron a un segundo plano hasta 1923. Se volvía a un régimen de liberalismo doctrinario o antidemocrático ya obsoleto en la vecina Europa. Ese régimen tendría unas elecciones con el sufragio censitario, sin la totalidad de partidos legalizados y sin las libertades sociales reconocidas. En 1885 murió el rey Alfonso XII en el palacio madrileño de El Pardo y le sucede en la regencia hasta la mayoría de edad de su heredero su esposa María Cristina..

















La España de la Restauración borbónica (1874-1931) estuvo aquejada por una serie de problemas congénitos como el denominado pucherazo, modelo de fraude electoral para manipular mediante la actuación de los caciques el turno de partidos incluso en las elecciones municipales.
LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA, 1885-1902
En 1885 se firmó el Pacto de El Pardo entre los liberales (antiguos progresistas) de Sagasta y los conservadores (antiguos moderados) de Cánovas. Sagasta aceptaba el régimen ya sin reservas a cambio de “lavar la cara” de la Constitución y darle una fachada democrática. Entre 1886 y 1891 los liberales tienen el poder (única legislatura completa) y elaboran leyes fundamentales que legalizan los partidos y sindicatos (el PSOE y la UGT salen a la luz pública), reconocen derechos sociales como la huelga, la libertad de expresión plena, etc. Pero la gran ley será la del Sufragio universal de 1890. La jugada era clara: había que dar legitimidad democrática al régimen ante los cambios socioeconómicos que se avecinaban en ese final de siglo. Al exterior todo parecía perfecto, pero en las entrañas del sistema se trataba de un acuerdo interno entre los dos partidos.
Los conservadores de Cánovas eran, generalmente, oligarcas olivareros de la mitad sur del país, Extremadura, Andalucía; mientras que los liberales de Sagasta eran terratenientes de la meseta norte, el valle del Ebro y la cornisa Cantábrica. En otras palabras: la España del latifundio se ponía de acuerdo con la España de la propiedad media y minifundista. Más tarde se unió al sistema la alta burguesía vasca. Como puede verse es el llamado “bloque oligárquico” que continua detentando el poder. Este bloque cerrado se apoyaba en unos arreglos matrimoniales calculados para juntar en futuras herencias sus patrimonios, y en la práctica ejercía una política más propia del Antiguo Régimen que de finales del siglo XIX e inicios del XX.
El resto de la sociedad quedaba marginada del poder definitivamente, con las elecciones amañadas y con la legitimidad falsa. Clases medias urbanas de profesionales, abogados, intelectuales, funcionarios, profesores, pequeños empresarios, etc, junto a las ya numerosas clases proletarizadas: jornaleros paupérrimos, a nivel de la más mísera subsistencia, trabajadores de fábricas y talleres en aumento por el actual momento de industrialización, junto a la masa de marginados de la sociedad: aún existía el bandolerismo rural en la mitad sur, y la creciente delincuencia en las ciudades con barrios ya proletarizados, con inmigrantes rurales sin futuro más allá de la emigración ultramarina.
Las clases medias seguían a los Republicanos (muy divididos entre sí tras la experiencia fallida de 1873), como sus representantes cada vez más desilusionadas con la monarquía y ese bipartidismo que no les satisface sus expectativas; mientras los socialistas marxistas que buscan atraerse a la masa obrera urbana del norte minero e industrial de Asturias y Vizcaya; y los anarquistas extraordinariamente numerosos y asentados en la Cataluña industrial y el campo andaluz.
El panorama se complicaba esos años de fin del siglo XIX. Continuaba una extrema derecha, ultramontana y reaccionaria, ante ese nuevo mundo industrial que nacía y que no veía a los canovistas como la barrera protectora contra los cambios que amenazaban sus viejos modos de vida: el carlismo, vencido por las armas en 1875, pero dominante aún con diputados en el Congreso, en Álava y Navarra, y muy importante en las dos restantes provincias vascas. Poco a poco se ve absorbido por el nacionalismo vasco. Los no nacionalistas irán tejiendo una red que culminará en las fuerzas vasco-navarras del carlismo franquista en la futura guerra civil.
En estos años finiseculares, en toda Europa llegan a su cumbre los movimientos nacionalistas nacidos en el Congreso de Viena. Un ideario que vuelve la vista a un pasado romántico que hace olvidar las miserias del mundo burgués e industrial. La Lliga Regionalista de Catalunya y el Partido Nacionalista Vasco (PNV) tendrán buenas votaciones y sentarán diputados en las Cortes.
El proceso simplificado de elecciones “democráticas” era el siguiente desde 1891. El partido gobernante, en un momento dado de la legislatura, presentaba la dimisión a la regente ante una crisis inventada, apremiado por el otro partido, que pedía muy secretamente el poder tras unos dos años de media en la oposición. Acto seguido, la regente entregaba el poder al partido de la oposición. El nuevo gobierno resultante debía convocar elecciones anticipadas para obtener una mayoría parlamentaria para poder gobernar. ¿Qué pasaba si perdía las elecciones? No las podía perder, porque si eso ocurría, la monarquía caía. Por ello, el nievo gobierno debía organizar la máquina de falsificación electoral basada en el denominado caciquismo.
El nuevo ministro de Gobernación (hoy de Interior) desde su despacho en la actual Puerta del Sol madrileña nombraba los nuevos gobernadores civiles provinciales..
En ese despacho el ministro ordenaba a sus nuevos gobernadores contactar con las élites provinciales en las respectivas capitales. En cada provincia las principales familias estaban afiliadas a uno de los dos partidos sin tener en cuenta ideologías, sólo el interés particular. La familia afiliada al partido del nuevo gobierno era la convocada y la encargada de hacer todo lo posible para que el partido ganase. La familia del partido opuesto debía de inhibirse.
El cacique local, es decir, el cabeza de esa familia dominante, recurría a todo tipo de tretas: palizas, amenazas, despidos, compra de votos, falsificación de papeletas, pucherazo, manipulación del censo electoral, etc, etc.
Con la libertad de prensa plena, los diarios publicaban editoriales hipercríticos en la campaña electoral. Los días posteriores a las elecciones, leer la prensa era leer relatos hasta graciosos de todo tipo de incidentes de ese día. El resultado no era nada interesante, pues ya se sabía de antemano el resultado. Sólo en algunas grandes ciudades o en comarcas de las provincias vasco-navarras y catalanas interesaba saber el número de diputados republicanos, socialistas, carlistas y regionalistas, que se sentarían en los escaños sobrantes del reparto entre los dos grandes.
En la Regencia de María Cristina se celebraron seis elecciones con sus respectivos resultados:
1891, ganan los conservadores.
1893, ganan los liberales.
1896, ganan los conservadores.
1898, ganan los liberales.
1999, ganan los conservadores.
1901, ganan los liberales.
En 1891 es el primer ensayo de caciquismo electoral y de falseamiento con la nueva ley. ¿Alguien podría decir que a los canovistas les faltaba legitimidad al haber sido elegidos por sufragio universal libre, directo y secreto? Ahora ya no solo les “elegían” los ricos, sino también los hombres mayores de edad de toda clase y condición. La jugada del sufragio universal en 1891 era perfecta ante la opinión pública, tanto nacional como internacional. ¿Quién dice que España no es una democracia?.
Las elecciones de 1893 van a colocar a los liberales en el poder. Era lógico que se diese la sensación de normalidad. Lo más significativo será la victoria de las candidaturas republicanas en las capitales. Se les había “escapado de la mano” el resultado aunque, bien mirado, era una justificación de la normalidad política.
En 1896 el turno vuelve a imponerse, aunque ya se nota que sería imposible una revalidación del poder por el partido anteriormente en el gobierno.
1898 se ve marcado por el paso de la patata caliente del conflicto colonial que se avecinaba: la guerra contre Estados Unidos. El fundador del sistema, Antonio Cánovas del Castillo ya no está, ha sido asesinado por un anarquista. Sagasta se ve obligado a gestionar la derrota.
En 1899, tras el desastre, los conservadores piden el poder. Se apuntan al carro del regeneracionismo de su nuevo líder Silvela.
En 1901, el nuevo siglo impone de nuevo a los liberales, las últimas elecciones de Sagasta y de la regente María Cristina. El viejo don Práxedes era un anciano y su muerte estaba próxima.
La duración de las legislaturas es de dos años de media, con una duración máxima de tres años y una mínima de uno. ¿Alguien puede creerse que no había teatro interno? ¿Era lógico ese vaivén electoral? ¿En dos años la mayoría del pueblo español iba a cambiar de ideología? ¿En esos diez años era lógico que ni siquiera se cambiasen los candidatos a presidente del gobierno? ¿Podrían los dos presidentes turnantes consentir que un partido diferente ganase las elecciones y formase gobierno y arruinase los fundamentos de la monarquía de Sagunto? ¿Era la España de la Restauración una democracia? La respuesta a esas preguntas es un no rotundo. Con ese bagaje se iniciaban un nuevo siglo y un nuevo reinado sin que nada cambiase.
EL REINADO PARLAMENTARIO DE ALFONSO XIII, 1902-1923
En 1902 el príncipe de Asturias accedía al trono efectivo de manera formal, al declarársele mayor de edad. Contaba Con 16 años de edad. El impedimento para la democratización del país era el mismo: dejar hablar al pueblo español sería, posiblemente, el final de los Borbones, su desaprobación como sucedió con su abuela Isabel II. El reinado de Alfonso XIII duró hasta abril de 1931 cuando sería expulsado por la “victoria republicana” en esas fechas.
Con una problemática socieconómica nueva, propia de un nuevo siglo muy convulso, el sistema de la Restauración, diseñado para el siglo anterior, debía reformarse o sucumbir. Los dos líderes de antaño no tienen sucesores estables y se forman facciones personalistas en los dos partidos del “turno”: silvelistas, mauristas o datistas entre los conservadores; canalejistas, romanonistas o prietistas por los liberales.




Los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. El reinado de Alfonso XIII se caracterizará por una constante agitación social y política, que desembocaría en la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) y en el exilio del rey y la posterior proclamación de la Segunda República en 1931. Al respecto de la cuestión social, las constantes desigualdades sociales causadas por la creciente industrialización del país provocaron numerosos disturbios, agravados a partir de 1917, con el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia. El auge del anarquismo en España acompañó las protestas sociales.

Las elecciones siguen la misma tónica de escándalo mayúsculo, ante las críticas cada vez mayores de la oposición al sistema, ya sea desde el lado carlista, republicano, socialista, anarquista o nacionalista.
España sufría bajo el reinado de Alfonso XIIII cuatro problemas de suma importancia que darían al traste con la monarquía liberal: la falta de una verdadera representatividad política de amplios grupos sociales; la pésima situación de las clases populares, en especial las campesinas; los problemas derivados de la guerra del Rif; y el nacionalismo catalán, espoleado por la poderosa burguesía barcelonesa[
En 1917 algunos historiadores han hablado de ocasión perdida. En plena crisis bélica europea, en plena efervescencia social interna española, con el terrorismo y pistolerismo en Cataluña, y con el pánico de ciertos sectores ante la primera revolución marxista de la historia en la vieja Rusia zarista, se necesitaba un proceso constituyente nuevo, un político joven y un rey decidido a ello. Un regionalista catalán, Francesc Cambó había intentado ese camino en julio. Una cena en un restaurante barcelonés reunió a políticos interesados en un proceso de cambio sin tocar la monarquía. La respuesta fue el cierre de las Cortes. Desde entonces, la monarquía y su régimen de 1876 estaban sentenciados.
Las elecciones que se celebraron en el reinado parlamentario de Alfonso XIII fueron las siguientes:
1903, triunfo conservador.
1905, triunfo liberal.
1907, triunfo conservador.
1910, triunfo liberal.
1914, triunfo conservador.
1916, triunfo liberal.
1918, triunfo liberal.
1919, triunfo conservador.
1920, triunfo conservador.
1923, triunfo liberal.
Sólo en los años de la primera guerra mundial hubo inestabilidad parlamentaria, pero solo en el seno de los dos grandes partidos. La duración de las legislaturas es de dos años también. La opinión pública está por completo de espaldas a la vida parlamentaria y ese rechazo a la cultura de las elecciones es patente. Curiosa paradoja en un país de “tradición electoral”.
El 13 de septiembre de 1923 se interrumpe el parlamentarismo español sin que apenas nadie salga en su defensa. El capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, resucita el viejo pronunciamiento decimonónico que parecía finiquitado con Cánovas. La Restauración y su texto constitucional de 1876 no volverían a resucitar, aunque con su legalidad se celebraron -1931- dos elecciones mínimamente democráticas y limpias, prólogo de la II República. Las elecciones municipales el 12 de abril de 1931 se toman como un plesbicito entre la monarquía y la república, al conocerse la victoria en las ciudades de las candidaturas republicanas, el 14 de abril se proclamó la Segunda República. El rey abandonó el país ese mismo día, con el fin de evitar una guerra civil.

Bibliografía : Tomado y adaptado del blog HISTORIA Y PRESENTE. Articulo LAS ELECCIONES EN ESPAÑA (1ª Y 2ª PARTES) http://histocliop.blogspot.com.es/

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