sábado, 25 de octubre de 2014

17. Los Orígenes De las Procesiones En Andalucia

Sobre los orígenes de las procesiones de Semana Santa en Andalucía.

Cuando vemos por nuestras calles unas manifestaciones religiosas tan singulares como son nuestros desfiles procesionales de Semana Santa, resulta lógico que se nos plantee el interrogante y la sana curiosidad por saber cómo y de dónde surgió todo esto. Desde estas líneas intentaré arrojar algo de luz sobre el tema con una visión que pretende desde el rigor, ser clara y concisa.
Nuestro relato comienza en los arrabales de la ciudad medieval de Sevilla en la Baja Andalucía, apenas transcurridos noventa años de la conquista de la misma por Fernando III el Santo a los musulmanes. En su entramado de angosto urbanismo, extramuros de la muralla que todavía está hoy en pie, está a punto de suceder un hecho singular. Es el amanecer del 14 de Abril de 1356, Viernes Santo, y un grupo de fieles, que venían congregándose desde años atrás en la iglesia de Omnium Sanctorum de la ciudad de Sevilla, para meditar sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y escuchar los enfervorecidos sermones de los frailes, decide, por primera vez y tras aprobar sus Reglas el Sr D. Nuño, a la sazón Provisor del Arzobispo; salir en procesión desde la Ermita de S. Antón situada en lo que se conocía por aquel entonces como “campo de las cruces” en el espacio que hoy ocupa el Parlamento de Andalucía en un edificio distinto, pues el magnífico edificio renacentista del “Hospital de la Sangre” que hoy podemos admirar fue construido siglos después. Se trata de una puesta en escena espontánea del Via Crucis, del recorrido de Jesús en la Vía Dolorosa de Jerusalen, la reproducción figurada medieval de su camino hacia el monte Calvario igualmente en el momento de la alborada del Vienes Santo.
No debió de pasar desapercibido entre los sevillanos aquel cortejo extrañísimo, pues aunque la penitencia pública no era algo completamente nuevo, sí lo era el modo tan singular en el que se presentaban los penitentes: con túnicas de basto lienzo y cabellera de fibras vegetales teñidas, ocultándoles el rostro y apretadas las sienes con unas hirientes coronas de espinas, portaban la cruz a “imitación de Jesús el Nazareno” Por este motivo aquello quedó marcado en la memoria colectiva de los sevillanos que empezaron a llamarles “nazarenos”, a ellos y no a otros penitentes de otras corporaciones que también empiezan a surgir y a los que como detallaremos más adelante se les llama “disciplinantes”, y según el modo de tortura “flagelantes”, “empalados”, “aspados” “hermanos de luz” etc…No en vano tan singular corporación que probablemente es la que ha llegado a nuestros días como la del “Silencio” de Sevilla y se titula nada más y nada menos “Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, Archicofradía Pontificia y Real de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santa Cruz en Jerusalén y María Santísima de la Concepción.” La cofradía sevillana del “Silencio” es la única pues que merece la distinción de conocerse como la Primitiva Hermandad de los Nazarenos.
No en vano tan singular corporación que probablemente es la que ha llegado a nuestros días como la del “Silencio” de Sevilla y toma el titulo de “Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla”. Así podemos hacernos una idea de cómo eran estas primeras procesiones, que tenían poco de desfile triunfal al que nos tienen acostumbradas las cofradías en la actualidad, más bien eran cortejos austeros, acordes con los tiempos, en los que todo giraba entorno al hecho de hacer penitencia. Pero penitencia por qué y para qué. El origen de la penitencia como fenómeno social, aun sin ser algo completamente novedoso, sí va tomando una tremenda fuerza en el siglo XIV y en siglos venideros, debido sobre todo a la crisis social y religiosa que se vive en Europa en estos momentos: las epidemias de peste, las hambrunas motivadas por las malas cosechas y las guerras asolan el viejo continente sin solución de continuidad. La población está atormentada con la idea de la condena y sobre todo de que los males que sufren son consecuencia del pecado; la única vía es expiar la culpa siguiendo el modelo de Cristo, que cargó sobre sí todo el pecado de la humanidad. Por tanto, el camino de la salvación pasa por la “imitación” de Cristo para atraer a todos a la conversión. El Cisma de Avignón y la situación que vive la Iglesia a nivel institucional con actitudes claramente escandalosas, hace que el pueblo llano mire para otro lado y se aferre a estas nuevas congregaciones como una esperanza de regeneración, a la vez que permite la ayuda mutua en caso de necesidad : enfermedad, muerte, etc. Por lo general no se crean estructuras nuevas, sino que más bien se apoyan en otras agrupaciones ya existentes de carácter sobre todo gremial, hospitalario, o conventual.
Las “cofradías” o “hermandades” nacen con vocación asistencial y proteccionista, conservan la actividad social todo el año aunque en su mayoría el momento fundamental es la “salida” que muy lentamente va cobrando realce y la “meditación” de un pasaje de la pasión de Cristo va dando paso a que el culto público se centre en una imagen de Cristo, aunque no es extraño que en los comienzos (hablamos del siglo XIV-XV) dicha imagen sea inexistente en el cortejo penitencial, hecho que hoy en día nos pueda resultar chocante. A lo más, parece que la primera imagen que aparece por las calles sea un crucifijo o incluso una cruz vacía con un sudario, conocida en algunas Hermandades como “cruz de las toallas” que solía abrir el cortejo. Más tarde se introduce un crucificado, de pequeñas dimensiones no iba en andas, sino que era portado por algún clérigo de la comunidad y probablemente rodeado de hachones, por efectuarse las primeras salidas durante la noche del Jueves Santo, o al alba del Viernes Santo. Los disciplinantes o flagelantes van acompañados por los “hermanos de luz”, que van intercalados en el cortejo, por el mismo motivo antes apuntado. Según referencias próximas a esta época un estandarte con los colores distintivos de cada hermandad solía abrír el cortejo. La música se reducía en la mayoría de los casos a un grupo de cantores que entonaban salmos penitenciales y a trompetas tañendo de dolor. Tras el estandarte marchaban los disciplinantes, con túnicas de tela blanca, tal y como figuran en los grabados de Goya, con el torso denudo los disciplinantes, y con gruesas sogas anudadas a la cintura y entre el madero y los brazos los empalados, parecido a como todavía se pueden contemplar en la localidad de Jarandilla de la Vega, en Cáceres, tratándose de un auténtico “fosil vivo” de la historia cofradiera. Así se van introduciendo algunas modificaciones y empieza a verse en unas sencillas andas, portadas por cuatro cofrades “de luz”, la imagen de Jesús Nazareno, de tamaño académico (más reducido que una talla del natural), esto sucede en el s. XVI , algún crucifiado, y algo más tarde la imagen sin palio de Nuestra Señora, ya bien entrado el siglo XVI, , y de riguroso luto, imitando en su ajuar a las “dueñas” o bien con talla completa, con una policromía muy sencilla, parecida a la de los primeros “retablos” renacentistas. En cuanto al acompañamiento musical, las trompetas lastimeras y un seco sonido de tambor pudieron ser los primeros instrumentos que acompañaran a los cortejos, teniendo un eminente sentido práctico, al anunciar con su sonido, la parada y reanudación de la marcha del cortejo.
Era habitual que al volver la cofradía al templo o al convento, hermanos de la corporación tendrían ya preparado en vasijas grandes vino cocido con laurel, arrayán, romero, violetas y rosas para curar las heridas de la dura disciplina. Esta disciplina ya era practicada en los conventos, sobre todo por los franciscanos, con lo que lo único que cambia es la ostentación pública de dicha disciplina y por ende, su “popularización”.

Los primeros cortejos procesionales estaban formados por hermanos de sangre y de luz. Los hermanos de sangre eran los disciplinantes, que durante la procesión se flagelaban con manojos de cuerdas terminados en rodezuelas. Los hermanos de luz portaban hachas de cera y al término de la estación curaban las heridas de sus hermanos en el llamado lavatorio. En 1777 se produce la supresión de los disciplinantes por orden de Carlos III, quien era sensible a la mentalidad ilustrada a la que repugnaba el sangriento espectáculo de los flagelantes, que la consideraba más un atavismo medieval, que una muestra de penitencia. Por otra parte tambien se trató con ello de acabar con una deformación presente en algunas cofradías como era “el alquiler de penitentes”. La supresión de esta figura del flagelante tuvo como resultado el nacimiento del nazareno tal y como lo entendemos hoy día,

Todavía es posible ver hoy flagelantes (los famosos “picaos”) en La Rioja, siendo éste un hecho singular pues ya en el siglo XVIII, Carlos III prohibió la disciplina pública, pues ésta práctica “irracional y supersticiosa” iba en contra del espíritu de la Ilustración.

Parece que de esta fiebre ascética que recorre Europa entre los siglos XIV y XV tienen buena parte de culpa los frailes franciscanos, quienes fomentan la devoción al Santo Lignum Crucis, y la meditación de la Pasión de Cristo, recorriendo un camino similar en extensión al de la “vía dolorosa”, que en Jerusalén va desde el Palacio de Poncio Pilato hasta el Monte de la Calavera, donde fue crucificado Jesús. En Coria uno de los caminos de salida del pueblo en concreto el de Almensilla por tal motivo era conocido como “el Calvario”. Al final de las sendas de los vía crucis se suelen erigir un humilladero, siendo uno de los más notables, de los que aún quedan en pie en Andalucía, el de la Cruz del Campo de Sevilla. Según Juan Carrero, en su libro sobre los Anales de las Cofradías Sevillanas, este humilladero es erigido por los cofrades negros del Hospital de Nuestra Señora de los Reyes en 1380, aunque fue el Primer Marqués de Tarifa, D. Fadrique Enríquez, el que después de un viaje a Tierra Santa comienza a dar devoción al Santo Vía Crucis en la ciudad de Sevilla. Al amparo de los frailes franciscanos surgen diversas “confraternidades” o “hermandades” de la Vera Cruz, a la vez que se rinde culto a las “Cinco Llagas” de Cristo. En un primer momento, el que esta Orden mendicante aparezca ligada a los lugares emblemáticos de Tierra Santa, y el regreso de los Caballeros de Ordenes Hospitalarias, tienen mucho que ver en el resurgir de la devoción al Santo Madero y a otros “instrumentos” de la Pasión de Cristo. En cuanto al origen de los pesados y voluminosos pasos donde se portan varias figuras haciendo alusión a distintos pasajes de la pasión, todo parece indicar que hay que seguir la evolución del llamado “drama sacro” que coincidiendo con distintos momentos del calendario litúrgico se llevaba a cabo, primero en el interior de los templos, y parece ser que determinadas escenas resultaron jocosas, y poco acordes con el culto religioso, por lo que la autoridad eclesiástica optó por desplazarlo de interior de los templos al atrio de las iglesias. También debemos tener en cuenta en la aparición de estas “escenas” en azulejos con las estaciones del vía crucis que jalonaban los caminos de pueblos y ciudades hasta llegar al Humilladero, que representaría, como hemos señalado ya, el Gólgota. Al parecer, en las andas procesionales del “titular” de la cofradía, empiezan a aparecer unas “pequeñas historietas” representando algunos pasajes de la pasión. Estos grabados pintados y luego en bajorrelieve ya en el Renacimiento se conocen como “cartelas” y cumplen una función catequética, pues el pueblo analfabeto debe ser instruido mediante imágenes que muevan a la devoción. Dicha función se consagra en la segunda mitad del siglo XVI, sobre todo en el Concilio de Trento que viene a dar un nuevo impulso al fenómeno cofradiero, al recomendar la representación en la calle de figuras, no sólo de Cristo y la Virgen, sino también de santos y de escenas que despierten el fervor popular. Esta etapa que se abre y que garantiza la continuidad de las cofradías de nazarenos contrasta con su etapa inicial, mucho más orientada, como hemos tratado en este artículo, a la penitencia individual y colectiva, marcada por un ascetismo que si bien nunca acaba de perderse del todo, queda mucho más velado por la fiesta total de los sentidos que supone la Semana Santa barroca, que es la que con matices más ha perdurado en el tiempo hasta llegar a nosotros.
e de cada brazo pendía una de estas telas.

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